Para entender la construcción de la noción de ciudadanía en América Latina se tiene que mirar inevitablemente el pasado de nuestra herencia colonial. En aquella época la sociedad estaba regida por criollos acomodados (hijos de europeos, nacidos en América), que llegado el momento de la caída del Rey de España por las fuerzas napoleónicas, se rebelaron, no en contra del Rey, sino más bien para asumir las funciones reservadas exclusivamente a los españoles, ante el vacío de poder.
Los españoles, luego de la expulsión de las fuerzas napoleónicas y la consiguiente reinstauración plena del monarca Fernando VII en el trono, trataron de recuperar los territorios del imperio, que le habían sido arrebatados por los criollos unos años antes, para lo cual se valieron del apoyo de los esclavos y de los indígenas americanos.
La sublevación criolla, había sido inducida, aprovechando el vacío de poder, por el endurecimiento de las políticas comerciales por parte del imperio, que monopolizaba el intercambio para beneficio exclusivo de los españoles y en menor medida, por la propagación de las ideas liberales del Iluminismo, que venía a proponer ideas contrarias al absolutismo practicado por la mayoría de las coronas europeas, entre ellas la española.
Además, los criollos fueron discriminados por los españoles en el manejo de la burocracia colonial, ya que era casi imposible que un criollo llegue a posiciones oficiales importantes, o ser ascendido o reubicado en otro lugar. En términos generales, podemos inferir que una de las razones del levantamiento armado, que no solamente fue criollo, sino también indígena en algunas regiones, fue por la negativa de la corona española de considerar como ciudadanos del imperio a aquellos habitantes de Hispanoamérica que no hubiesen nacido en suelo español.
Según Anderson, las coincidencias que encontraban los criollos entre sí, fue lo que sembró el sentimiento de “comunidad imaginada”. Los criollos empezaron a ver como extraños o extranjeros a los españoles, a pesar de tener casi todo en común con ellos.
Pero lo determinante para la creación de la “comunidad imaginada” hispanoamericana fue la llegada de la imprenta a estos territorios, que permitió conocer la existencia de otros “connacionales” similares y contemporáneos en todo el continente.
Esta comunidad imaginada hispanoamericana no generó un nacionalismo permanente, como era el sueño de Bolívar, debido al bajo nivel de desarrollo capitalista y tecnológico español - en comparación al desarrollo de los ingleses, que generó un nacionalismo permanente entre los criollos de esa región: el nacionalismo norteamericano, que permanece hasta nuestros días. Por tal motivo, luego se produjo la desmembración de la Gran Colombia, como caso emblemático de fragmentación del nacionalismo hispanoamericano.
Luego de la finalización de la guerra de independencia y de la desintegración de la idea de una sola comunidad imaginada, se produjo el nacimiento de muchas nuevas naciones que no tenían un eje articulador burocrático y militar, de tamaño semejante al que existía en la época colonial.
En aquella época, a las nuevas naciones les sobrevino una crisis económica a causa de los costos de la guerra de independencia y de los costos de establecer Estados nacionales, que como herederos de la burocracia colonial, se tornaron en Estados centralistas, ocupados de integrar a la sociedad en lo interno y preservar las fronteras en lo externo.
Los nuevos Estados latinoamericanos pudieron, en la mayoría de los casos, resolver sus problemas internos, gracias en parte, a su reintegración al comercio mundial, en pleno auge del sistema mercantilista.
En consecuencia, desarrollaron un capitalismo basado en la exportación de materias primas, donde los capitalistas exportadores impusieron su predominio político en un sistema sin democracia, que no modificó la situación de las mayorías con respecto a lo que había sido en el periodo colonial.
En la segunda mitad del siglo XIX, la dominación social de los exportadores de materias primas coincidió con las políticas estatales, lo que significó el establecimiento de una oligarquía terrateniente, en algunos países, y/o una oligarquía minera, en otros. Esto ocurrió sin que se generasen reacciones sociales, ya que aquellas mayorías sometidas no contaban con una representación democrática en un Estado que además de excluyente, utilizaba paternalmente a las masas.
El paso hacia el capitalismo oligárquico, del cuasi-feudalismo, en los países agro-exportadores y de la cuasi-esclavitud, en los países minero-exportadores, en la que se encontraban las clases trabajadoras en la etapa pre-capitalista, no tuvo resistencia porque no estaban organizados socialmente, no existió desarrollo tecnológico ni la formación de una burguesía, condiciones objetivas para la existencia del cambio cualitativo.
A diferencia del desarrollo de otros capitalismos, el latinoamericano se constituyó como sistema de dominación de una oligarquía, que vino a sustituir el papel de una monarquía. Es decir, este sistema no se instituyó como la superación de contradicciones de un sistema económico anterior (el feudalismo o la esclavitud). A su vez, la transición del capitalismo oligárquico a uno más democrático no se dio por la contradicción entre una burguesía y una clase obrera.
El Estado oligárquico, paternalista y excluyente, garantizó la dominación y el sometimiento de una clase sobre otra y su apropiación de los excedentes de la exportación de minerales y productos agropecuarios.
Una sociedad marcadamente diferenciada en clases sociales, acrecentó sus diferencias con el ‘boom’ de las exportaciones de materias primas, instaurando el capitalismo oligárquico, sistema en el cual el Estado no impidió la desagregación de la sociedad.
La oligarquía manejaba el Estado y sus instituciones, lo que reflejaba que sus intereses corporativos no se contradecían con los del Estado a la hora de fijar las políticas cambiarias, monetarias, crediticias, distribución de la tierra, concesiones mineras, etc., todas dentro del sistema económico liberal imperante en el mundo de aquella época. El Estado era manejado por partidos oligárquicos excluyentes, en un régimen electoral excluyente que así lo permitía.
Los capitalismos oligárquicos latinoamericanos se caracterizaron porque el Estado y las clases dominantes estaban casi fusionados, por un lado; y porque el Estado era antagónico y extraño a las clases sometidas, además de excluirlas, por el otro.
La crisis de este sistema se dio por las diferencias que empezaron a presentarse entre el corporativismo oligárquico y el Estado, que pasó de ser de los capitalistas para ser un Estado capitalista, al desintegrarse las prácticas antidemocráticas y la desaparición de los partidos oligárquicos por partidos de masas.
Todo esto en conjunción con la caída de los precios de las materias primas, que mermó el poder de las oligarquías. Al basarse la producción en el mercado interno, el Estado se volvió capitalista y sus intereses ya no coincidían con los de la oligarquía, lo que originó la apertura a formas más democráticas de representación y la consiguiente captura de las instituciones del Estado por partidos de masas[i].
Estos partidos de masas tomaron las banderas de las clases sometidas y sus demandas. El pedido de mayor democracia y mayor participación en los excedentes, fueron aceptados por la burguesía en algunos países, como dique de contención ante posibles movilizaciones populares incontrolables. Estos partidos tenían características nacionalistas-autoritarias y anti-oligárquicas[ii] pero en algunos casos crearon formas de organización políticas antidemocráticas utilizando a las clases populares.
Para entender mejor el complejo sistema latinoamericano tenemos que conocer que existen dos ejes fundamentales para la comprensión de la evolución política de las sociedades contemporáneas: liberalización y participación. La liberalización se refiere al grado de institucionalización alcanzado por las reglas de competición política y el acatamiento de sus resultados. Es decir, la medida en que todos los participantes de la disputa política reconocen mutuamente los derechos de crear organizaciones, de expresión, de voto, de competir por cargos públicos, en fin, de todos los derechos característicos de un orden liberal. La participación se refiere a la proporción de la población a los cuales esos derechos le son garantizados.
Existen dos formas de alcanzar formas más democráticas en las sociedades contemporáneas: la primera a través del paso de la oligarquía a un sistema democrático restringido (voto calificado, por ejemplo) pero institucionalizado (poliarquía); y la otra a través del paso de la oligarquía a la democracia plena y abierta, sin institucionalizar al Estado.
En Latinoamérica se incorporó a las masas al proceso político y a la democracia sin que el Estado y las reglas se hayan estabilizado institucionalmente, lo que explica en alguna forma la inestabilidad de los sistemas políticos latinoamericanos. Pero yo me hago la siguiente pregunta: ¿no es posible darle a las masas el derecho a mayor participación, mayor democracia, mayor representatividad política, aunque el Estado no se haya estabilizado institucionalmente?
En América Latina las políticas sociales de redistribución del ingreso, se dieron antes que se resuelvan los problemas ‘institucionales’. Estas políticas fueron utilizadas como instrumento para solucionar el problema de conciliar la participación de las masas y la baja institucionalización. La política social latinoamericana surgió como instrumento capaz de aumentar la participación de las masas sin desequilibrar bruscamente (rebeliones, revoluciones, etc.) la competición política poco institucionalizada, entre las élites (democracia restringida).
El origen efectivo de la legislación social latinoamericana se encontraba en períodos de intensa agitación política de las masas, asociada a la seria crisis de las instituciones políticas.
Finalmente, la solución de la crisis de participación por la vía de la política social redistributiva no ayudó en la solución del problema de la integración o de la liberalización.
El divorcio entre el proceso político formal y la competición distributiva entre capitalistas y trabajadores se fue acentuando todavía más por el hecho de que el origen de la legislación social se encontraba en las estructuras del sistema formal. Esto quiere decir que la competición por prestigio político dentro de las estructuras formales (Estado) no tenía costos reales políticos para los que sugerían políticas sociales, ya que el beneficiar a los trabajadores y perjudicar a los capitalistas, clases divorciadas y desintegradas formalmente, no acarreaba ningún problema, más bien beneficios políticos. En consecuencia, se produjo el florecimiento y la diseminación del populismo en todos los países latinoamericanos.
Toda política social efectiva configura una política redistributiva, es decir, beneficia a algunos perjudicando a otros, siendo insensato, o irresponsable, suponer que alguna política social pueda ser universalmente gratuita o que beneficie a todos, siendo que existen recursos escasos. El divorcio entre el proceso político formal y la competición entre segmentos sociales (capitalistas vs. trabajadores) permitió que políticos de masa formulen y propongan políticas sociales redistributivas, como si no lo fuesen – esta es la esencia principal de la política populista.
Política distributiva es toda asignación de recursos discretos que, en principio, no excluyen a la asignación del mismo tipo de recursos un número infinito de veces.
Política redistributiva son visibles y claramente de suma cero, esto es, su implementación deja inmediatamente a otras políticas sin poder ser ejecutadas y, aún más, que ninguna política semejante puede ser repetida (impuesto a la renta, por ejemplo).
La evolución latinoamericana se dio con el proceso de incorporación política antes que el proceso de institucionalización de la competición política (liberalización); con la política social utilizada como instrumento para aumentar o permitir la participación de las masas pero con baja institucionalización, es decir con poca participación democrática de las masas; y la construcción de una identidad colectiva de los principales actores políticos, antes de la estabilización institucional – que le seguiría, como consecuencia histórica, la emergencia del populismo y la transformación de la política social en un obstáculo a la estabilización democrática.
La institucionalización de la competencia política, se puede lograr y de hecho se logró en algunos países, después de la incorporación política de las masas, aunque hay que reconocer que en los casos más exitosos, la incorporación de las masas al proceso político se dio luego de la institucionalización.
Buenos Aires, 31 de octubre de 2006
Los españoles, luego de la expulsión de las fuerzas napoleónicas y la consiguiente reinstauración plena del monarca Fernando VII en el trono, trataron de recuperar los territorios del imperio, que le habían sido arrebatados por los criollos unos años antes, para lo cual se valieron del apoyo de los esclavos y de los indígenas americanos.
La sublevación criolla, había sido inducida, aprovechando el vacío de poder, por el endurecimiento de las políticas comerciales por parte del imperio, que monopolizaba el intercambio para beneficio exclusivo de los españoles y en menor medida, por la propagación de las ideas liberales del Iluminismo, que venía a proponer ideas contrarias al absolutismo practicado por la mayoría de las coronas europeas, entre ellas la española.
Además, los criollos fueron discriminados por los españoles en el manejo de la burocracia colonial, ya que era casi imposible que un criollo llegue a posiciones oficiales importantes, o ser ascendido o reubicado en otro lugar. En términos generales, podemos inferir que una de las razones del levantamiento armado, que no solamente fue criollo, sino también indígena en algunas regiones, fue por la negativa de la corona española de considerar como ciudadanos del imperio a aquellos habitantes de Hispanoamérica que no hubiesen nacido en suelo español.
Según Anderson, las coincidencias que encontraban los criollos entre sí, fue lo que sembró el sentimiento de “comunidad imaginada”. Los criollos empezaron a ver como extraños o extranjeros a los españoles, a pesar de tener casi todo en común con ellos.
Pero lo determinante para la creación de la “comunidad imaginada” hispanoamericana fue la llegada de la imprenta a estos territorios, que permitió conocer la existencia de otros “connacionales” similares y contemporáneos en todo el continente.
Esta comunidad imaginada hispanoamericana no generó un nacionalismo permanente, como era el sueño de Bolívar, debido al bajo nivel de desarrollo capitalista y tecnológico español - en comparación al desarrollo de los ingleses, que generó un nacionalismo permanente entre los criollos de esa región: el nacionalismo norteamericano, que permanece hasta nuestros días. Por tal motivo, luego se produjo la desmembración de la Gran Colombia, como caso emblemático de fragmentación del nacionalismo hispanoamericano.
Luego de la finalización de la guerra de independencia y de la desintegración de la idea de una sola comunidad imaginada, se produjo el nacimiento de muchas nuevas naciones que no tenían un eje articulador burocrático y militar, de tamaño semejante al que existía en la época colonial.
En aquella época, a las nuevas naciones les sobrevino una crisis económica a causa de los costos de la guerra de independencia y de los costos de establecer Estados nacionales, que como herederos de la burocracia colonial, se tornaron en Estados centralistas, ocupados de integrar a la sociedad en lo interno y preservar las fronteras en lo externo.
Los nuevos Estados latinoamericanos pudieron, en la mayoría de los casos, resolver sus problemas internos, gracias en parte, a su reintegración al comercio mundial, en pleno auge del sistema mercantilista.
En consecuencia, desarrollaron un capitalismo basado en la exportación de materias primas, donde los capitalistas exportadores impusieron su predominio político en un sistema sin democracia, que no modificó la situación de las mayorías con respecto a lo que había sido en el periodo colonial.
En la segunda mitad del siglo XIX, la dominación social de los exportadores de materias primas coincidió con las políticas estatales, lo que significó el establecimiento de una oligarquía terrateniente, en algunos países, y/o una oligarquía minera, en otros. Esto ocurrió sin que se generasen reacciones sociales, ya que aquellas mayorías sometidas no contaban con una representación democrática en un Estado que además de excluyente, utilizaba paternalmente a las masas.
El paso hacia el capitalismo oligárquico, del cuasi-feudalismo, en los países agro-exportadores y de la cuasi-esclavitud, en los países minero-exportadores, en la que se encontraban las clases trabajadoras en la etapa pre-capitalista, no tuvo resistencia porque no estaban organizados socialmente, no existió desarrollo tecnológico ni la formación de una burguesía, condiciones objetivas para la existencia del cambio cualitativo.
A diferencia del desarrollo de otros capitalismos, el latinoamericano se constituyó como sistema de dominación de una oligarquía, que vino a sustituir el papel de una monarquía. Es decir, este sistema no se instituyó como la superación de contradicciones de un sistema económico anterior (el feudalismo o la esclavitud). A su vez, la transición del capitalismo oligárquico a uno más democrático no se dio por la contradicción entre una burguesía y una clase obrera.
El Estado oligárquico, paternalista y excluyente, garantizó la dominación y el sometimiento de una clase sobre otra y su apropiación de los excedentes de la exportación de minerales y productos agropecuarios.
Una sociedad marcadamente diferenciada en clases sociales, acrecentó sus diferencias con el ‘boom’ de las exportaciones de materias primas, instaurando el capitalismo oligárquico, sistema en el cual el Estado no impidió la desagregación de la sociedad.
La oligarquía manejaba el Estado y sus instituciones, lo que reflejaba que sus intereses corporativos no se contradecían con los del Estado a la hora de fijar las políticas cambiarias, monetarias, crediticias, distribución de la tierra, concesiones mineras, etc., todas dentro del sistema económico liberal imperante en el mundo de aquella época. El Estado era manejado por partidos oligárquicos excluyentes, en un régimen electoral excluyente que así lo permitía.
Los capitalismos oligárquicos latinoamericanos se caracterizaron porque el Estado y las clases dominantes estaban casi fusionados, por un lado; y porque el Estado era antagónico y extraño a las clases sometidas, además de excluirlas, por el otro.
La crisis de este sistema se dio por las diferencias que empezaron a presentarse entre el corporativismo oligárquico y el Estado, que pasó de ser de los capitalistas para ser un Estado capitalista, al desintegrarse las prácticas antidemocráticas y la desaparición de los partidos oligárquicos por partidos de masas.
Todo esto en conjunción con la caída de los precios de las materias primas, que mermó el poder de las oligarquías. Al basarse la producción en el mercado interno, el Estado se volvió capitalista y sus intereses ya no coincidían con los de la oligarquía, lo que originó la apertura a formas más democráticas de representación y la consiguiente captura de las instituciones del Estado por partidos de masas[i].
Estos partidos de masas tomaron las banderas de las clases sometidas y sus demandas. El pedido de mayor democracia y mayor participación en los excedentes, fueron aceptados por la burguesía en algunos países, como dique de contención ante posibles movilizaciones populares incontrolables. Estos partidos tenían características nacionalistas-autoritarias y anti-oligárquicas[ii] pero en algunos casos crearon formas de organización políticas antidemocráticas utilizando a las clases populares.
Para entender mejor el complejo sistema latinoamericano tenemos que conocer que existen dos ejes fundamentales para la comprensión de la evolución política de las sociedades contemporáneas: liberalización y participación. La liberalización se refiere al grado de institucionalización alcanzado por las reglas de competición política y el acatamiento de sus resultados. Es decir, la medida en que todos los participantes de la disputa política reconocen mutuamente los derechos de crear organizaciones, de expresión, de voto, de competir por cargos públicos, en fin, de todos los derechos característicos de un orden liberal. La participación se refiere a la proporción de la población a los cuales esos derechos le son garantizados.
Existen dos formas de alcanzar formas más democráticas en las sociedades contemporáneas: la primera a través del paso de la oligarquía a un sistema democrático restringido (voto calificado, por ejemplo) pero institucionalizado (poliarquía); y la otra a través del paso de la oligarquía a la democracia plena y abierta, sin institucionalizar al Estado.
En Latinoamérica se incorporó a las masas al proceso político y a la democracia sin que el Estado y las reglas se hayan estabilizado institucionalmente, lo que explica en alguna forma la inestabilidad de los sistemas políticos latinoamericanos. Pero yo me hago la siguiente pregunta: ¿no es posible darle a las masas el derecho a mayor participación, mayor democracia, mayor representatividad política, aunque el Estado no se haya estabilizado institucionalmente?
En América Latina las políticas sociales de redistribución del ingreso, se dieron antes que se resuelvan los problemas ‘institucionales’. Estas políticas fueron utilizadas como instrumento para solucionar el problema de conciliar la participación de las masas y la baja institucionalización. La política social latinoamericana surgió como instrumento capaz de aumentar la participación de las masas sin desequilibrar bruscamente (rebeliones, revoluciones, etc.) la competición política poco institucionalizada, entre las élites (democracia restringida).
El origen efectivo de la legislación social latinoamericana se encontraba en períodos de intensa agitación política de las masas, asociada a la seria crisis de las instituciones políticas.
Finalmente, la solución de la crisis de participación por la vía de la política social redistributiva no ayudó en la solución del problema de la integración o de la liberalización.
El divorcio entre el proceso político formal y la competición distributiva entre capitalistas y trabajadores se fue acentuando todavía más por el hecho de que el origen de la legislación social se encontraba en las estructuras del sistema formal. Esto quiere decir que la competición por prestigio político dentro de las estructuras formales (Estado) no tenía costos reales políticos para los que sugerían políticas sociales, ya que el beneficiar a los trabajadores y perjudicar a los capitalistas, clases divorciadas y desintegradas formalmente, no acarreaba ningún problema, más bien beneficios políticos. En consecuencia, se produjo el florecimiento y la diseminación del populismo en todos los países latinoamericanos.
Toda política social efectiva configura una política redistributiva, es decir, beneficia a algunos perjudicando a otros, siendo insensato, o irresponsable, suponer que alguna política social pueda ser universalmente gratuita o que beneficie a todos, siendo que existen recursos escasos. El divorcio entre el proceso político formal y la competición entre segmentos sociales (capitalistas vs. trabajadores) permitió que políticos de masa formulen y propongan políticas sociales redistributivas, como si no lo fuesen – esta es la esencia principal de la política populista.
Política distributiva es toda asignación de recursos discretos que, en principio, no excluyen a la asignación del mismo tipo de recursos un número infinito de veces.
Política redistributiva son visibles y claramente de suma cero, esto es, su implementación deja inmediatamente a otras políticas sin poder ser ejecutadas y, aún más, que ninguna política semejante puede ser repetida (impuesto a la renta, por ejemplo).
La evolución latinoamericana se dio con el proceso de incorporación política antes que el proceso de institucionalización de la competición política (liberalización); con la política social utilizada como instrumento para aumentar o permitir la participación de las masas pero con baja institucionalización, es decir con poca participación democrática de las masas; y la construcción de una identidad colectiva de los principales actores políticos, antes de la estabilización institucional – que le seguiría, como consecuencia histórica, la emergencia del populismo y la transformación de la política social en un obstáculo a la estabilización democrática.
La institucionalización de la competencia política, se puede lograr y de hecho se logró en algunos países, después de la incorporación política de las masas, aunque hay que reconocer que en los casos más exitosos, la incorporación de las masas al proceso político se dio luego de la institucionalización.
Buenos Aires, 31 de octubre de 2006
[i] Me gustaría hacer un paralelismo con lo sucedido en Bolivia, que aunque este tránsito sucedió tiempo después que en Argentina, Brasil o Chile, las secuencias fueron similares: la caída de los precios del estaño, mermó el poder de la oligarquía representada por los barones del estaño (Patiño, Hotschild y Aramayo), que tenían capturado al llamado “superestado-minero-feudal”, lo que originó la victoria en las elecciones del Movimiento Nacionalista Revolucionario (M.N.R) de Paz Estenssoro. Aquel triunfo fue desconocido por la “rosca” minera y originó la posterior revolución del 9 de abril de 1.952, que llevó al poder a Paz Estenssoro y a su partido de masas, el M.N.R., que pusieron en práctica el capitalismo de Estado, al nacionalizar las minas de estaño y fundar la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL).
[2] En Bolivia, este caso se podría ver reflejado en el Cnel. Villarroel, predecesor de Paz Estensoro en la conducción del proceso revolucionario, que al igual que Perón, fue acusado de pro-nazi. Villarroel sufrió la reacción de la oligarquía, murió ahorcado en la Plaza Murillo de La Paz, cuando era Presidente.
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