martes, 21 de abril de 2015

LA POLITICA CAMBIARIA Y UN NUEVO IMPULSO AL CRECIMIENTO

Según el economista y profesor de la Universidad de Harvard, Dani Rodrik, existen políticas que combinan elementos ortodoxos con prácticas institucionales no ortodoxas. Afirma que ningún país o región ha experimentado un crecimiento económico rápido sin un apego mínimo a lo que él ha bautizado como “principios de orden superior de la gobernanza económica sólida”: derechos de propiedad, incentivos orientados al mercado, dinero sano, solvencia fiscal. Sin embargo, estos principios -para que sean exitosos- se han implementado mediante el ajuste de políticas poco convencionales.
Da ejemplos de economías que experimentaron un rápido crecimiento con esta combinación de políticas: China, Mauricio, Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Botsuana y Chile. El caso chileno tiene muchas similitudes con el caso boliviano y con el modelo de desarrollo cruceño en particular: con una principal industria exportadora (cobre) bajo propiedad estatal, se controló a los capitales entrantes y se dio asistencia considerable en materia de finanzas, tecnología, organización y mercadotecnia a la agroindustria. Es decir, incluía elementos de liberalización del mercado y la orientación al exterior, combinadas con algún tipo de intervención y selectividad del gobierno como la política cambiaria. Con una depreciación “creíble” y sostenida del tipo de cambio real, se constituyó en la política industrial más efectiva de todas porque tuvo un rol fundamental en la diversificación hacia las exportaciones no tradicionales con mayor valor agregado y la estimulación del rápido crecimiento económico chileno.
En Bolivia se ha dado un proceso similar con el modelo de desarrollo cruceño como baluarte de la diversificación económica: una principal industria exportadora (hidrocarburos), grandes inversiones en infraestructura y, luego de la hiperinflación de comienzos de los ’80, una gradual y sostenida depreciación de la moneda que dio  impulso a las exportaciones no tradicionales de la agroindustria. Este proceso permitió un acelerado crecimiento económico que ayudó a dejar de depender de las exportaciones tradicionales, generando cientos de miles de empleos y nuevos productores. Sin embargo, este modelo se ha visto últimamente restringido en la potencialidad de su desarrollo, por lo que es necesario dar un giro que implique un nuevo impulso de políticas al crecimiento, que debería incluir grandes inversiones en infraestructura, para mejorar la productividad de los factores (Rositas, tren bioceánico, Puerto Busch, etc.) y una política cambiaria que, sin afectar al proceso de “bolivianización” de la economía, permita obtener más divisas. Esto generaría un incentivo para aumentar la producción y la productividad, a diferencia del actual tipo de cambio fijo que ha hecho perder competitividad a los productos bolivianos con respecto a nuestros principales socios y clientes comerciales, quienes han depreciado sus monedas en los últimos meses como consecuencia de la caída del precio internacional de las materias primas. 
Los actuales administradores del Estado deben caer en cuenta de que el fomento a las exportaciones no tradicionales, que son principalmente alimentos, es imprescindible para la provisión del consumo interno y no es la restricción a las exportaciones la que lo garantiza.