CONCLUSIONES PROVISIONALES
El auge y la preeminencia de las élites políticas se asientan en ciertas características muy difundidas de la población que tampoco coadyuvan a superar la pesada herencia del autoritarismo: la tendencia a preservar convenciones y rutinas irracionales, la credulidad en programas mesiánico-milenaristas, la simpatía por jefaturas carismáticas, la baja productividad laboral y la escasa capacidad de acumulación cognoscitiva. La picardía de los políticos sería impensable sin la ingenuidad de las masas.
Las ideologías nacionalistas y socialistas, que renegaban del legado liberal-individualista tenían como objetivo una modernización apresurada dirigida por un Estado centralizado y poderoso.
El tipo peculiar de modernización practicado en Bolivia sigue siendo congruente con el modo consuetidinario de hacer política y con el carácter inalterado de la élite gobernante.
Los principios generales de eficacia y transparencia, de que hacen gala los gobiernos neoliberales, sobretodo frente a los organismos internacionales, se refieren exclusivamente a una racionalidad instrumental, métodos, herramientas y procedimientos utilizados en el aparato estatal, pero rara vez a los fines últimos a los que el Estado debería aspirar. En nombre de la despolitización del Estado se consigue una perpetuación del bloque habitual de poder y la conservación de antiguos intereses elitarios.
El auge de la antipolitica, el surgimiento de nuevos líderes no contaminados aparentemente por el pasado y el florecimiento de movimientos antisistémicos no significan necesariamente una opción auténticamente ética o un interés realmente profundo en mejorar el desempeño técnico-administrativo del aparato estatal. A menudo la impugnación de los gobiernos corruptos del "sistema" significa el retorno a un Estado hipertrofiado, un clima populista y una jefatura autoritaria. Se reproduce así, una constante que se arrastra desde el Imperio Incaico: el súbdito no interviene gran cosa en los asuntos públicos, pero espera y desea gobernantes severos y justos, autoritarios pero moralmente intachables, que le brinden lo que él considera su porción legítima de bienes y servicios en un país presuntamente rico en recursos naturales. Se da la tendencia de apoyar a líderes que no pertenecen a los partidos del "sistema" porque éstos disidentes basan su propaganda en el castigo de los políticos corruptos, cuyo desprestigio proviene no tanto de su carencia de ética, sino del hecho de que su actuación ha imposibilitado una redistribución reputada como justa de los fondos públicos.
//Para ser un texto publicado en su segunda edición en 2010 (desconozco el año de su primera edición) es bastante premonitorio de lo que está sucediendo actualmente: la comprobación de que los "antisistémicos" no garantizan la salida del autoritarismo histórico y corrupto de nuestro país sino más bien su preeminencia, esta vez a través de una vuelta al estado hipertrofiado y centralista. Sin embargo, el autor también crítica al neoliberalismo por su proyecto de cambiar sólo las formas y no los fines del Estado, confirmando que no es liberal pero peor aún estatista-autoritario aunque ambos proyectos, conservadores. La contradicción de Mansilla es que critica el conservadurismo de la nación pero añora el pasado aristocrático pre revolución del 52, dando razón tal como algunos lo han hecho, a una tendencia reivindicacionista de Arguedas y su pesimismo con respecto a la viabilidad de la nación.
El auge y la preeminencia de las élites políticas se asientan en ciertas características muy difundidas de la población que tampoco coadyuvan a superar la pesada herencia del autoritarismo: la tendencia a preservar convenciones y rutinas irracionales, la credulidad en programas mesiánico-milenaristas, la simpatía por jefaturas carismáticas, la baja productividad laboral y la escasa capacidad de acumulación cognoscitiva. La picardía de los políticos sería impensable sin la ingenuidad de las masas.
Las ideologías nacionalistas y socialistas, que renegaban del legado liberal-individualista tenían como objetivo una modernización apresurada dirigida por un Estado centralizado y poderoso.
El tipo peculiar de modernización practicado en Bolivia sigue siendo congruente con el modo consuetidinario de hacer política y con el carácter inalterado de la élite gobernante.
Los principios generales de eficacia y transparencia, de que hacen gala los gobiernos neoliberales, sobretodo frente a los organismos internacionales, se refieren exclusivamente a una racionalidad instrumental, métodos, herramientas y procedimientos utilizados en el aparato estatal, pero rara vez a los fines últimos a los que el Estado debería aspirar. En nombre de la despolitización del Estado se consigue una perpetuación del bloque habitual de poder y la conservación de antiguos intereses elitarios.
El auge de la antipolitica, el surgimiento de nuevos líderes no contaminados aparentemente por el pasado y el florecimiento de movimientos antisistémicos no significan necesariamente una opción auténticamente ética o un interés realmente profundo en mejorar el desempeño técnico-administrativo del aparato estatal. A menudo la impugnación de los gobiernos corruptos del "sistema" significa el retorno a un Estado hipertrofiado, un clima populista y una jefatura autoritaria. Se reproduce así, una constante que se arrastra desde el Imperio Incaico: el súbdito no interviene gran cosa en los asuntos públicos, pero espera y desea gobernantes severos y justos, autoritarios pero moralmente intachables, que le brinden lo que él considera su porción legítima de bienes y servicios en un país presuntamente rico en recursos naturales. Se da la tendencia de apoyar a líderes que no pertenecen a los partidos del "sistema" porque éstos disidentes basan su propaganda en el castigo de los políticos corruptos, cuyo desprestigio proviene no tanto de su carencia de ética, sino del hecho de que su actuación ha imposibilitado una redistribución reputada como justa de los fondos públicos.
//Para ser un texto publicado en su segunda edición en 2010 (desconozco el año de su primera edición) es bastante premonitorio de lo que está sucediendo actualmente: la comprobación de que los "antisistémicos" no garantizan la salida del autoritarismo histórico y corrupto de nuestro país sino más bien su preeminencia, esta vez a través de una vuelta al estado hipertrofiado y centralista. Sin embargo, el autor también crítica al neoliberalismo por su proyecto de cambiar sólo las formas y no los fines del Estado, confirmando que no es liberal pero peor aún estatista-autoritario aunque ambos proyectos, conservadores. La contradicción de Mansilla es que critica el conservadurismo de la nación pero añora el pasado aristocrático pre revolución del 52, dando razón tal como algunos lo han hecho, a una tendencia reivindicacionista de Arguedas y su pesimismo con respecto a la viabilidad de la nación.
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