LAS ÉLITES Y SUS CONVENCIONES
Aquí estamos alejadisimos del comportamiento de un aristócrata europeo, establecido hace siglos y su excelente educación le hacen evitar los rasgos típicos del nuevo rico: la vanidad y la jactancia, la vulgaridad y el mal gusto, el desprecio de los inferiores y la prepotencia cotidiana. Un genuino representante de la clase alta de antigua tradición practica el fair play, una cortesía distanciada y una austeridad elegante. No tiene necesidad de llamar la atención de modo estridente y grosero. Generalmente considera su posición privilegiada como una obligación de servicio a la comunidad.
Un abismo separa esta aristocracia de nuestras élites, cuyos miembros representan a menudo palurdos enriquecidos súbitamente, vanidoso sin refinamiento, torpes sin clemencia.
Hay que ver el desprecio con que tratan a sus subordinados (son temidos por sus secretarias y el personal de servicio) y cómo se humillan ante los que son más poderosos que ellos. La excesiva familiaridad de la que hacen gala en reuniones sociales no denota la pertenencia común a un selecto y exquisito grupo de personas que se conocen desde siempre; es más bien la muestra de costumbres plebeyas y la carencia de una buena educación formal. Poseen un sistema de conversación pueblerino, que consiste en unos pocos motivos repetitivos y un estilo chabacano. Es habitual que el interlocutor recién incorporado a la charla sea puesto a la defensiva. No han aprendido el arte de pasar sutilmente de una cuestión a otra. Si alguien menciona un país alejado, un aspecto teórico o simplemente un asunto diferente de los usuales y corrientes, cambian brúscamente de tema, sin la más mínima contemplación por el interlocutor. Chismes sobre otras personas y novedades configuran los tópicos preferidos. Se asombran de que alguien tenga otros gustos sobre la comida, la vestimenta y las mujeres, y hasta se molestan por ello, pero no se sorprenden en lo más mínimo si el interlocutor es narcotraficante o defraudador de fondos públicos. No exhiben curiosidad por otras culturas, naciones o costumbres. Muchas damas de la clase alta están profundamente orgullosas de su ignorancia. Casi todos estos grupos privilegiados comparten un cierto desprecio por el ámbito del arte, la literatura y el pensamiento. Evitan hablar de temas históricos y genealógicos, ya que escarbando un poco se llega rápidamente al origen humilde de casi todos ellos. Prefieren entonces materias del presente y del momento. Rehuyen a sus amigos de antes, a sus parientes pobres, a sus compañeros de escuela y a todos los que le podrían recordar su lugar de nacimiento, su linaje desconocido y su modesta infancia. Se jactan públicamente del último cachivache caro que adquirieron; jamás mencionan los aspectos históricos o artísticos que pudieran estar vinculados al objeto en cuestión, sino lisa y llanamente su precio. Tratan de deslumbrar al público con sus petulancias y lo único que consiguen es abrumarlo con su rusticidad. Se divierten hablando de teléfonos celulares, computadoras y agendas electrónicas, es decir temáticas que corresponden en realidad a sus secretarias y a su personal subalterno. Compran vehículos pesados, generalmente vagonetas cuadradas, oscuras y voluminosas, que las utilizan habitualmente para impresionar a las amistades y a sí mismos y no para realizar viajes por tierra. No salen del radio urbano, pues no sienten ninguna curiosidad por el paisaje y, en el fondo, por el país que les rodea. La antigua oligarquía previa a 1952 trataba de imitar a la aristocracia europea y se orientaba por Londres y París; la nueva élite remeda a la clase media norteamericana y su paradigma es Miami.
//Si bien el comentario de Mansilla tiene un componente moral en los casos de personas que se han enriquecido súbitamente por actividades ilegales (narcotráfico y corrupción) el relato parece generalizar a todos los "nuevos ricos" y en ese denota su racismo en un país como Bolivia donde hablar de pobres o nuevos ricos es hablar de indígenas y grupos sociales históricamente relegados de los privilegios, más que del clasismo o nivel socioeconómico basado en ingresos. Es decir, deja de ser liberal (no sé si alguna vez él se autodefinió así pero me contó que alguna vez quiso fundar el Partido Liberal en Bolivia) como algunos lo han catalogado. Los males que achaca a esto grupos socioeconómicos de "nuevos ricos" son ciertos y uno los ve constantemente pero no se puede criticar la libre elección personal de cada individuo por lo que consume sino más bien promover valores culturales y sociales que prioricen la educación, el conocimiento, las ciencias, las artes, el deporte. Es como pedirle a los gringos, en gral., que tengan el mismo nivel de consumo por esas actividades que los europeos.
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