Ludwig
von Mises, afirmaba: “el tema es siempre el mismo: el gobierno o el mercado. No
hay una tercera solución”. Sin duda que el mercado es el que mejor asigna los
recursos en condiciones donde existe cierto nivel de competencia. ¿Pero qué
pasa cuando existen asimetrías de información entre unos agentes y otros,
cuando existen monopolios, monopolios naturales, oligopolios, duopolios, carteles
o colusión? ¿O cuándo las cantidades “óptimas” ofertadas por el mercado son
menores a las cantidades mínimas requeridas por la sociedad, tal como se da en
la práctica en educación, salud y en algunos lugares, con el agua?
El
mercado asigna mejor los recursos en todos los casos donde existe competencia
(cuasi) perfecta. En los casos donde no se dan las condiciones de competencia,
como por ejemplo en mercados monopólicos (un solo oferente mayoritario) o ‘monopsonios’
(un solo demandante), el estado debe regular (no intervenir) el mercado.
La
diferencia entre monopolio y monopolio natural es que en el caso de los
naturales, éstos existen porque no pueden coexistir 2 oferentes. Es el caso de
un gasoducto, de las cañerías de red de agua o de las instalaciones de luz
eléctrica: el precio debe ser regulado por el estado, de tal forma que cree un incentivo
a la empresa para seguir produciendo. En el caso de un monopolio (no natural),
el más reciente y más emblemático ha sido el del sistema operativo Windows de
Microsoft en EE.UU., empresa que logró una fuerte posición monopólica y de
destrucción de la competencia hace unos años atrás. Luego fue regulado por una
de las leyes anti-monopolio más fuertes del mundo en uno de los países más
“liberales” del mundo: EE.UU. A raíz de que el gobierno obligó a Windows a cumplir
esta ley y a competir, surgieron muchísimos sistemas operativos (iOS de Apple,
por ej.) lo que implicó masificar su consumo por la baja de precios, no solo con
beneficios para la sociedad de EEUU sino para todo el mundo.
Si
bien el estado debe producir bienes públicos que no compitan y que se
complementen con los privados, como en salud y educación, por ejemplo, la gran
pregunta que debemos hacernos como sociedad es: ¿cómo definimos la cantidad óptima
a producir? Digamos por ejemplo que todos los niños y jóvenes en edad escolar
vayan al colegio y tengan salud preventiva cercana a su hogar o escuela. Si los
privados no pueden ofrecerlo, el estado debe hacerlo. Esto debería darse principalmente
en los bienes y servicios que impactan en el desarrollo humano y mejoran el
desempeño de las personas o la rentabilidad del capital humano, ya que además,
aumentan la producción del país.
Contradiciendo
a los dogmáticos: no todo es blanco o negro, mercado o estado y recordando a Vargas
Llosa en su magistral artículo, Liberales y liberales (publicado justamente mientras
se encontraba de visita por las Misiones de Chiquitos): “una de las
características del liberalismo en nuestros días es que se le encuentra en los
lugares menos pensados y a veces brilla por su ausencia donde ciertos ingenuos
creen que está.”