Es evidente que existe la tendencia a una menor incidencia
en la economía global, tanto de EE.UU. como de los países del G-7 y en
contrapartida, una mayor incidencia de China y los países BRICS (Brasil, Rusia,
China y Sudáfrica). Lo que no se percibe es una disminución del poder
político-militar de EE.UU. y del G-7 en la misma línea que en el ámbito
económico. Pareciera que el poderío militar y de superpotencia unipolar del
imperio está más fortalecido: cada vez quedan menos países en el mundo gobernados
por líderes “anti-imperialistas” o que fueran catalogados como parte del “eje
del mal” por George W. Bush.
Estas tendencias económicas no coinciden con las tendencias
político-militares porque estamos en un mundo más libre. La libertad que otorgan
las tecnologías de información con sus redes sociales y otras herramientas que
promueven la innovación; y el comercio global, han generado que muchos países,
que no son tan poderosos militarmente, hayan aumentado considerablemente sus
ingresos. Esto se ve reflejado en una mayor equidad en
la distribución del ingreso, dispersando la excesiva concentración histórica de
la riqueza mundial.
Ahora bien, el desarrollo de la producción del gas de
esquisto o “shale gas” hará lo que hasta hace unos años era impensable: que EE.UU.
deje de importar combustibles y energía a partir del año 2030 con los efectos
económicos y geopolíticos que ello implica. Pero lo más importante de este descubrimiento
es el mensaje que hay detrás: cualquier país que logre que sus ciudadanos
tengan altos niveles de educación y creen tecnología e innovación, solucionará más
fácilmente los problemas que frenan su deseado desarrollo sostenible y
acelerado y, en consecuencia, logrará su independencia económica. En
contrapartida, China necesita de mayor libertad para seguir creciendo a “tasas
chinas”, porque las crisis económicas que afectan a los principales países
consumidores de sus productos, han obligado al gigante asiático a impulsar su
consumo interno de más de 1.300 millones de habitantes. Pero para que esa
gigantesca economía sea eficiente y sostenible, los ciudadanos chinos deben
poseer la libertad suficiente para elegir: el qué, cuánto, cómo y para quién, producir
y consumir. Aunque la economía de ese país sea mixta por
su capitalismo de Estado, al final de cuentas es éste el que define “el qué,
cuánto, cómo y para quién…”, con los problemas de planificación centralizada
que ello implica y que han demostrado ser un fracaso en muchos países. Asimismo,
algunos países BRICS, G-20 o emergentes han perdido el impulso de hace unos
años y se encuentran en una fase de aterrizaje forzoso o directamente han
sufrido una brusca caída, como son los casos ‘cercanos’ de Venezuela y
Argentina.
En Bolivia, el gobierno debe ‘desideologizar’ las
políticas de Estado e incentivar la educación y la tecnología para promover la
innovación. En las relaciones internacionales, debe acercarse a la Alianza del
Pacífico, lo que además de permitirnos gravitar más en ese océano (sin
olvidarnos de nuestra salida al Atlántico), nos integrará a un bloque de países
con mucho potencial económico y complementario a nuestra economía, que promueven estas buenas políticas en la región.
*Economista